José Carlos Barbosa Moreira (1931-2017), por Fredie Didier Jr.

José Carlos Barbosa Moreira, al lado de Ada Pellegrini Grinover.
Escribe: Fredie Didier Jr.
Traducción: Renzo Cavani
Me gradué en derecho en febrero de 1998. Poco antes de hacerlo ya había conseguido un empleo, que comenzaría, sin embargo, en inicios de junio de ese año. Decidí, entonces, aprovechar esos cuatro meses para dedicarme al proyecto de volverme profesor de proceso civil. En este período, profundicé sobre unas ideas respecto de las condiciones de la acción, sobre las cuales venía pensando desde el último año del pregrado – fue un desarrollo del pensamiento de mi maestro Calmon de Passos. Decidí, entonces, escribir un artículo doctrinario.
Durante el pregrado tuve acceso a dos obras fundamentales en mi formación: «O novo processo civil brasileiro» y «Comentários ao Código de Processo Civil, v. 5«, ambas de la Editorial Forense y de autoría de José Carlos Barbosa Moreira. Al final de la nota del autor, en la primera obra, había una información inusitada, muy poco común en los libros de derecho: la dirección del autor («Av. Anita Garibaldi, 26, ap. 401, Río de Janeiro»). Por diversas y conocidas razones, esa dirección se volvió mítica -como precisamente diagnosticó Robson Godinho- para generaciones de procesalistas.
Al terminar el artículo, en tiempos de un aún incipiente internet, decidí escribir una carta al Prof. José Carlos Barbosa Moreira, adjuntando el texto en un disquette, y pidiendo orientación y sugerencias para el perfeccionamiento de las ideas. No sé muy bien la razón, pero creía que el Profesor, al dar publicidad a su dirección postal por tantos años, parecería estar invitando a todos nosotros a tomar contacto con él. Yo no lo conocía, jamás fui su alumno, pero aquel simple gesto de divulgar la dirección a todos indistintamente, de todos los rincones del país, era comprendido de esa forma por mí. Un maestro ofreciendo a todos un poco de su conocimiento más allá del libro.
Un poco más de un mes despúes, recibí, para mi sorpresa, una carta dactilografiada y firmada, en donde el Profesor no solo respondía mi carta, sino también me indicaba lecturas complementarias y elogiaba mi texto. Tengo esa carta conmigo hasta hoy. Es difícil hablar sobre ello, casi veinte años después, pero imaginé lo que significa para un joven abogado bahiano (aún no era profesor), recién graduado, desconocido, recibir una carta con ese contenido, escrita por el mayor procesalista brasileño de todos los tiempos. Ese nuevo gesto, ya no más difuso, como el otro, sino dirigido a mí, a quien él no conocía, me mostraba un modelo de comportamiento de un maestro verdadero: la gentileza. Jamás olvidé eso desde que inicié mi jornada en el magisterio, días después de haber recibido esta carta.
Pasaron unos dos años, o algo cercano a eso. Ya estamos a fines de 1999 o inicios de 2000. Recibo en mi casa una caja de la Editorial Forense, con un contenido sorprendente: mi texto había sido enviado para publicación en la centenaria Revista Forense (v. 351), dirigida por el Prof. José Carlos Barbosa Moreira. Él no me había avisado al respecto, mucho menos me pidió autorización. Sin conocerme, sin preguntarme, él abrió el camino para que un desconocido y joven profesor bahiano publique su primer artículo en una revista nacional. Este texto se volvió la fuente de la primera cita que hicieran de una obra mía, que acabaría siendo referida por Thetônio Negrão, en su clásico «CPC anotado», y Rodrigo da Cunha Lima Freire, contemporáneo mío, que entonces publicaba la versión comercial de su disertación de maestría sobre el interés de accionar. Este nuevo gesto del maestro me mostraba un nuevo aspecto del modelo de maestro verdadero: la generosidad con los más jóvenes. Jamás olvidé eso.
Los años pasaban y mis lazos con el Profesor se estrechaban. Ahora, ya por email. El Profesor siempre atendía mis invitaciones y esclarecía mis dudas. Pasó a mandarme, todo el año, las nuevas ediciones de su volumen de comentarios al CPC y las nuevas series de los «Temas de direito processual». Todos autografiados, finalizados siempre del mismo modo: «Cordialmente, José Carlos». Ya en 2003 o 2004, no recuerdo bien, al recibir la nueva edición de los Comentários, tuve la mayor alegría académica vivida hasta entonces: noté que la versión comercial de mi disertación de maestría sobre el recurso de tercero había sido citado por el Profesor. Yo aún no había completado treinta años, ni siquiera había comenzado el doctorado en São Paulo y ya era citado por el mayor procesalista brasileño de todos los tiempos. Aquí, llaneza y generosidad, una vez más, juntas. Jamás olvidé de eso – y ciertamente no es por casualidad que desde siempre suelo citar a mis alumnos en mis trabajos.
Tomé coraje y decidí invitar al maestro para escribir el prefacio de la versión comercial de mi tesis doctorado, publicado por la Editorial Saraiva (mi otro maestro, Calmon de Passos, ya había hecho el prefacio de la versión comercial de la disertación de maestría). Mi tesis se llamaba «Pressupostos processuais e condições da ação – o juízo de admissibilidade do processo«. Para el buen entendedor, el título ya apuntaba que el trabajo era un homenaje a mis maestros: de un lado, desarrollaba la tesis de Calmon sobre la acción en el derecho procesal; de otro, expandía la tesis de Barbosa Moreira sobre el examen de admisibilidad de los recursos. El Profesor aceptó la invitación e hizo un prefacio que me emocionó muchísimo – volví a leerlo ahora al escribir este texto, que no leía hace más de diez años. Permítame, amigo lector, transcribir un trecho:
Hace un tiempo que vengo acompañando la producción científica de Fredie. Estoy convencido que se trata de uno de los más genuinos valores de la nueva generación de procesalistas. Tiene una seria preocupación técnica -sin la cual nada se hace que viva un tiempo mayor que las celebérrimas rosas de Malherbe- y disposición para enfrentar asuntos espinosos. Su pedido me abre la ocasión para este testimonio público de aprecio, que ojalá le sirva de estímulo para proseguir en la faena. A los veteranos agrada y consuela verificar que tienen a quién transferir las banderas, en el instante inexorable de ceder la posta. Hay más, sin embargo. Fredie escogió un tema que me remite a un momento muy distante en mi carrera académica: aquel en el que candidateé a la libre docencia en la Facultad de Derecho de la entonces UEG (hoy UERJ), con una tesis que pretendía estudia el examen de admisibilidad de los recursos civiles. El objeto de Fredie es más amplio: su investigación se extiende a la admisibilidad del proceso. Pero la obvia afinidad no dejó de hacer sonar una nostálgica cuerda en mi espíritu: en la tercera edad, continuamos nutriendo alguna ternura por los frutos de los estudios juveniles.
Este quinto gesto habla por sí solo. Fue en 2005. Hasta 2010 aproximadamente, mantuvimos contacto próximo, por email o en los congresos en donde nos encontrábamos.
José Carlos Barbosa Moreira es el mayor procesalista brasileño de todos los tiempos (discúlpenme la repetición). Su obra versa sobre prácticamente todos los grandes temas del derecho procesal: causa de pedir, litisconsorcio, intervención de terceros, conexión, recursos, prueba, cosa juzgada, ejecución, etc. No hay otro autor brasileño que haya producido con tanta calidad sobre tantos temas. Su libro sobre litisconsorcio unitario es, posiblemente, la obra más importante del mundo sobre el tema y, en mi opinión, el mejor libro sobre dogmática del proceso civil brasileño ya escrito. Sus estudios sobre prueba, recursos, acción rescisoria y cosa juzgada son imprescindibles y definieron el modo cómo generaciones de procesalistas pasaron a comprender el tema. Fue precursor en los estudios sobre proceso colectivo, en el célebre texto sobre la acción popular, de 1975, y convenciones procesales (1982). La colección «Temas de direito processual«, en nuevo volúmenes publicados por la Editorial Saraiva (solemos decir que el libro «Direito processual civil -ensaios e pareceres«, de 1971, es el «Temas Cero»; con este, serían diez volúmenes) es al derecho procesal civil brasileño como el Tratado de direito privado, de Pontes de Miranda, es para nuestro derecho privado. Mi pensamiento sobre el derecho procesal civil fue forjado a partir de la lectura de toda la obra del maestro. Desarrollé, inclusive, para mis análisis, un índice para examinar la calidad de otros trabajos y orientar a mis alumnos: «índice de lectura de Barbosa Moreira» (cuando veía un texto inconsistente o malo, solía comentar con mis amigos que al autor le faltaba lectura de Barbosa Moreira).
Además de todo eso, Barbosa Moreira es un cultor de la lengua. Escribía como Machado de Assis. Impecable. La belleza de su texto llegaba a conmover. Era un maestro del buen gusto y de la sofisticación.
Barbosa Moreira es, indiscutiblemente, el procesalista brasileño más conocido internacionalmente, y que más influenció las generaciones de procesalistas que se formaron desde el inicio de los años 70 del siglo XX. Mi generación, especialmente, tiene la edad que el maestro tenía cuando el CPC-1973 fue publicado. Eso es de pavor, como ya dije en un prefacio que escribí para los amigos Cabral y Cramer: es simplemente imposible, para todos nosotros, ser lo que es maestro ya era cuando tenía nuestra edad.
José Carlos Barbosa Moreira falleció el 26 de agosto de 2017. Tenía ochenta y cinco años. Es Profesor Titular de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro y Juez Superior jubilado del Tribunal de Justicia de Río de Janeiro.
En 2012, cuando la enfermedad que lo afectaba comenzaba a agravarse rápidamente, sentí una necesidad profunda de verle nuevamente y conversar con él: había acabado de volverme libre-docente por la USP y hace poco había asumido la coordinación técnica de los trabajos de revisión del proyecto de nuevo CPC en la Cámara de Diputados. Me sentía un tanto desamparado y solo intelectualmente, pues uno de mis maestros había muerto hace cuatro años, y otro se había retirado del trajín diario – precisamente, el Profesor. Llamé a mi amigo Eduardo Mello e Souza, muy amigo del maestro, y le pedí que pueda agendar un encuentro. Este fue fijado en su departamento, en la mítica dirección. En esa conversación, le di un ejemplar de mi tesis de libre-docencia, me comprometí a mandarle la entonces última versión de lo que vendría a ser el CPC en la Cámara de Diputados (lo que hice al día siguiente, por email), le conté la historia de la carta de 1998 y le di una copia. Al final, le dije lo que jamás le diría a nadie, ni siquiera a mi esposa – guardaba eso conmigo; por un momento, sentí que aquella sería la última oportunidad de decirle esto a él personalmente: le dije que él era el «maestro de todos los maestros» y que todo, absolutamente todo, lo que yo escribía, desde 1998, traía consigo el silencioso deseo de que fuese leído por él… y aprobado.
Volví a verlo dos meses después, en el homenaje que el IBDP le prestó en las Jornadas de Rio. Esperé a que él llegue y le di un abrazo antes de que entre al auditorio. No tenía condiciones emocionales de estar en el homenaje. Desde entonces, no nos volvimos a hablar ni nos vimos.
Soy ateo, he de confesarlo, sin embargo quisiera creer que de alguna manera el maestro aún pueda leer mis textos, que permanecerán siendo escritos para su lectura y aprobación.
Fredie Didier Jr.
26.08.17