Traducción de textos jurídicos: diez consejos

Chiovenda - PrincipiiDesde hace mucho las traducciones han servido para aproximar las ideas de autores a un público más amplio y, además, para lograr una mayor divulgación del pensamiento y la cultura.

En el ámbito jurídico ello no es diferente. ¿Cómo podríamos tener un acceso a los Principii y las Istituzioni de Chiovenda, hoy obras rarísimas en su idioma original? Siendo que el dominio del alemán resulta tarea nada fácil, ¿cómo podríamos conocer el Handbuch de Wach, el clásico libro de Bülow sobre los presupuestos procesales o los monumentales tratados de la civilística alemana?

Pero no vayamos tan lejos: no siempre tenemos dinero para comprar libros de editoriales norte-americanas, brasileñas o italianas. El tiempo que toma para llegar la encomienda tampoco suele ser tan agradable. En esos casos, los esfuerzos de las editoras iberoamericanas por traducir a juristas como Guastini, Humberto Ávila, Taruffo o MacCormick son agradecidos por nosotros.

Desde hace varios años estoy muy interesado en la traducción. Hoy diría que, aunque es una empresa que demanda tiempo y trabajo, ya es un auténtico hobbie (muy bien remunerado si se negocia bien). Confieso que es un verdadero placer traducir trabajos de juristas que no son grandes por casualidad: al traducir, el texto se visualiza de una manera diferente; es casi como entrar en la cabeza del autor y apreciar cómo las ideas se van hilvanando y tomando forma.

Y más: ver el trabajo terminado y publicado genera una gran satisfacción, pues tenemos el privilegio de colocar nuestro nombre junto al de verdaderos gigantes. Me siento muy contento, por ejemplo, de haber traducido a personas que admiro y que, inclusive, están entre mis autores favoritos, tales como Carlos Alberto Alvaro de Oliveira, Daniel Mitidiero, Riccardo Guastini, Michele Taruffo, Humberto Ávila, etc. Y ni qué decir cuando uno posee vínculos de amistad muy estrechos con el autor.

Hace pocos días recordé, risueño, el decálogo que Julio Ramón Ribeyro, a manera de prefacio en La palabra del mudo, dedicó a aquellos que también querían escribir cuentos. Fueron diez recomendaciones realmente valiosas, pero el gran Julio Ramón no pudo con su genio. Al final, no se le ocurrió mejor cosa que decir, solemnemente: “La observación de este decálogo, como es de suponer, no garantiza la escritura de un buen cuento. Lo más aconsejable es transgredirlo regularmente, como yo mismo lo he hecho. O aún algo mejor: inventar un nuevo decálogo”.

Sin ningún ánimo de ofrecer un decálogo como Ribeyro, a todos aquellos que están interesados en entrar al mundo de la traducción jurídica –o aquellos que ya hayan entrado– comparto con ustedes diez pequeños consejos que bien podrían ser de interés o, cuando menos, motivo para compartir experiencias y nuevas ideas. Aquí va:

  1.  Ser versado en el idioma a traducir es una obviedad. Lo que no es tan obvio es que también se requiere ser versado en el idioma en que se verterá la traducción. En nuestro caso, hay que dominar el castellano y, para dominarlo, hay que leer y escribir bien. No es posible ser un buen traductor sin ser un buen escritor.
  2. Nunca olvidar que la traducción no es para nosotros, sino para personas que buscan entender las ideas del autor. La traducción, antes que cualquier cosa, debe ser entendible. El apego a la literalidad del texto (sobre todo al traducir del inglés y alemán) es sinónimo de fracaso.
  3. Un peldaño abajo viene el criterio de la mayor fidelidad posible al texto. Es difícil plasmar un texto con un 100% de rigor, y el traductor, por más experto que sea, debe ser consciente de ello. La razón es muy simple: algo en el mensaje puede fallar, así sea mínimamente.
  4. No se puede cambiar el sentido de las ideas del autor. Allí la traducción sería una traición.  No obstante, dado que el traductor interpreta, tiene que propugnar por la mayor adecuación posible, sobre todo con los términos técnicos. Usar N. del T. es útil, pero tampoco abusar. Si hay mucho por comentar, mejor colocar al inicio una “advertencia del traductor”. Es más pulcro.
  5. Es deseable acortar frases, colocar signos de puntuación, crear párrafos nuevos, mejorar el uso de conectores, evitar redundancias o cacofonías. A veces nuestro autor escribe difícil y no contribuye con sus lectores. Allí el traductor es indispensable para convertir un párrafo gigante con tres oraciones en dos o tres párrafos medianos, cada uno con dos o tres oraciones.
  6. Para facilitar revisiones posteriores, sugiero, una vez terminado un párrafo o una página, leer rápidamente lo traducido para saber si se entiende bien. A veces, sobre todo cuando el cansancio nos gana, podemos hasta comernos frases enteras.
  7. Siempre nos encontraremos con palabras que sean difíciles de traducir a la primera. En ese caso, recomiendo ir inmediatamente a un diccionario y absolver la duda. Si ella se hace difícil, resaltarla y dejarla para después.
  8. Nunca está de más consultar nuestras dudas con amigos que sean más versados que nosotros en el idioma o, inclusive, amigos que sean nativos. Inclusive, no debemos descartar, cuando las dudas parezcan ser insalvables, recurrir al propio autor.
  9. Para dar una mayor fluidez al trabajo, es aconsejable traducir, primero el texto principal, y luego pasar a las notas al pie.
  10. Una vez terminada la traducción y revisada en la PC, es aconsejable imprimir y revisar el físico: se suelen encontrar errores que pasan desapercibidos.

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