¿Qué significa «ser abogado»? Dudas y certezas de un «no abogado»

AbogadoYo debí haber sido abogado hace dos años, pero mi tesis fue desaprobada por cuestiones formales y metodológicas. La consecuencia de ello fue, naturalmente, que decidí hacer una tesis diez veces mejor y, esta vez, impecable en todos sus aspectos. Felizmente, ella ya está terminada y será defendida pronto. Al fin y al cabo, no hay que llegar primero, sino saber llegar, y llegar bien.

Sin embargo, desde ese momento también me vine cuestionando sobre cuál es el significado real de ser abogado. En otras palabras, me pregunté: ¿Qué es lo que soy ahora que dejaré de ser después que mi tesis sea aprobada? Sin perjuicio de que el título de abogado sea una obvia necesidad para entrar en el mercado laboral, no encontré una respuesta realmente satisfactoria.

¿Ser abogado significará acaso un título reflejado en un cartón que demuestra haberlo ganado? Si ello fuera así, no habría ninguna distinción con cualquier otra profesión. ¿Y qué hay de aquellos que, a pesar de contar con el título, ejercen otro oficio, como por ejemplo el periodismo?

Talvez ser abogado quiera decir que se poseen conocimientos jurídicos por haber pasado cinco o seis años en salones universitarios. Pero la cruda realidad es distinta: muchos pasan por la Universidad y la terminan sin tener la más mínima noción de la investigación jurídica y, peor aún, sin tener el bagaje conceptual suficiente para ejercer adecuadamente la profesión. Y no me estoy refiriendo apenas a las llamadas facultades-basura.

En fin, si recurriésemos a cuestiones etimológicas, ser abogado no necesariamente implica tener clientes y defenderlos o protegerlos. Eso también lo hace un contador, un médico, un ingeniero. Y si se me objetase que, a diferencia de ellos, los abogados se distinguen por el material de trabajo (leyes y códigos en vez de un bisturí o un balance), entonces el significado de lo que es ser abogado se evidenciaría tristemente vacío. De la misma manera, se estaría dejando fuera, por ejemplo, a todos los profesionales que se desempeñan en el Estado.

Claro, también están esas idealizaciones sobre el ser abogado que nos llenan de entusiasmo y fervor cuando las leemos, y que irremediablemente las dejamos de lado cuando pensamos sobre el estado actual de la abogacía en el Perú. ¿Es el abogado aquel que «lucha por la justicia», como dijo Couture?  ¿O, de repente, «un artista», como pensó Ossorio? Para nuestra mala suerte, no parece que ello sea un discurso creíble para saber, al final del día, qué es ser abogado.

Muchas interrogantes, pocas respuestas. A pesar del diagnóstico desolador, quizá no lo sea tanto. Quizá esas respuestas se encuentren en la percepción que cada uno tiene de su profesión, la forma cómo la concibe y cómo la practica. Y yo, aún no siendo abogado (rectius: no poseer el título), les diré cuál es la mía.

Desde hace algunos años decidí que mi vida no sería levantarme temprano para hablar con jueces, seguir el estado de los expedientes, ni trabajar a contrarreloj por algún plazo que se vence al día siguiente. Ella tampoco se reduciría a tener una oficina en el área legal de una empresa y salir todos los días a las seis de la tarde, simplemente porque revisar contratos, planillas o problemas societarios no es de mi agrado. Yo me rebelé contra todo eso y tomé la decisión de hacer de mi vida lo que realmente quería hacer: leer, investigar, escribir libros y artículos, pero, principalmente, enseñar, compartir conocimientos mediante el diálogo crítico y respetuoso, formar futuros investigadores, contribuir con lo que que esté a mi alcance para que mi país tenga un proceso civil que funcione…

Y me di cuenta que tener un cartón no iba a hacer prácticamente ninguna diferencia, que era poca cosa comparado con esos sueños. Y cuando conocí a personas amigas que también hacían todo lo que quiero hacer y vengo haciendo y que, además, eran felices (por mencionar a dos: Eugenia Ariano y Carlos Ramos Núñez), quedé convencido no sólo que cada uno tiene que rebelarse contra ese trillado «éxito profesional», sino también que el ser abogado es algo tan relativo como decir que uno lo es por el sólo hecho de tener un título. Ser abogado está en el corazón de cada uno.

Y después de todas estas divagaciones, sólo puedo sentirme feliz por haber desaprobado, hace dos años, mi examen de grado. La razón es muy simple: si no ello no hubiese ocurrido, ¡no habría podido compartir estas reflexiones!

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