Humala en su devaneo
Ollanta Humala y sus voceros tienen una política clara: la del sí, no, tal vez, todo lo contrario.
Ellos han pasado de proponer un plan de gobierno mesiánico (fue bautizado como «La gran transformación») plagado de propuestas radicales, avezadas, antisistema y altamente refutables, del cual se sentían tan orgullosos y con el que obtuvieron una adhesión de casi un tercio del país, han admitido que podría ser modificado para generar consensos, se desdijeron, se rectificaron, aprobaron un «compromiso con el Perú», se volvieron a desdecir, suscribieron el acuerdo nacional, afirmaron que no lo tirarían al tacho, y hace dos días, un entusiasta guardaespaldas del comandante anunció que sería dejado de lado temporalmente (luego se corrigió y dijo que sería definitivamente).
Cualquier elector medianamente entendido debería sentirse engañado, burlado, taimado. ¿Es posible que un partido político serio tenga tantos vaivenes al punto de cambiar un plan de gobierno presentado al electorado, a las autoridades públicas, al país? ¿Qué pretenden? Humala dice que quiere buscar consensos y para eso pretende legitimarse con asesores de campañas perdedoras que no mostrarían un perfil nocivo para dos tercios de la población.
Pero luego dice que modificar el plan de gobierno sería un gesto de autoritarismo porque traicionaría la confianza depositada por la gente que votó por él. Entonces, lo quiere cambiar y no lo quiere cambiar. Lo primero, para ganar más votos; lo segundo, para no perder los que ya tiene. Y las encuestas vienen demostrando que este doble discurso no le está dando los resultados que esperaba: apenas ha captado un 7% más de su votación en primera vuelta, mientras que su contrincante ha pasado de 23% a 40%. Y esto no es poca cosa. A pesar de lo nocivo y inverosímil que significaría un nuevo fujimorato, los peruanos no vemos con buenos ojos la actitud del comandante, que nunca estuvo -ni probablemente esté- más cerca de llegar a la presidencia como ahora.
Otra alternativa es asumir que Humala no estaba preparado para esta elección. Y claro, si tuvo cinco años para preparar un documento en donde exponga cómo pretende dirigir el país, pero luego quiere dejarlo de lado al ver la coyuntura política, no hay mucho que pensar. Torpeza política, pienso, y solo por estas gravísimas inconsistencias el comandante merece perder en las urnas. Quiere satisfacer a los que lo quieren y a los que no lo quieren, y ese podría ser el factor clave de su derrota.
Pero lo más preocupante de todo es qué pasará si llegan al poder. Tienen un plan de gobierno -defendido primero, vituperado después- y ahora alistan otro. Quizá podremos identificarlos como el plan de gobierno para la primera vuelta y el plan de gobierno para la segunda vuelta. Suena casi a chiste, pero en realidad no es otra cosa lo que Gana Perú pretende.
Imaginemos este escenario: Luego que a Humala le coloquen la banda, y tras de las celebraciones, se reúna con sus asesores, amigos, con Nadine, ¿qué van a decidir hacer con el país? ¿Van a fomentar la participación estatal en actividades estratégicas? ¿Van a quitarnos nuestros aportes de las AFP? ¿Convocarán a una Asamblea Constituyente? ¿Constituirán un nuevo consejo de prensa? ¿Renegociarán los TLC? ¿Van a botar a todos los directivos de los organismos reguladores? Atendiendo a los lamentables devaneos en los que se han visto sumidos, cualquier cosa que digan no puede ser creíble. Sería ingenuo hacerlo. Ya han mentido mucho. Ha demostrado que con tal de lograr la presidencia, harán cualquier cosa.
¿Qué nos queda? Pues resignarnos a que sea elegido quien sea apoyado por la mayoría… y luego a luchar por la democracia.